Comprender la derrota

Por: Ricardo Gil Otaiza

Podemos mirar la existencia con muchos ojos, pero siempre habrá el sentido antropológico y se quiere escatológico del vivir, marchamos sin más hacia un puerto de llegada, y en el medio están todas nuestras peripecias y argucias para salirle adelante a las vicisitudes y a los contratiempos, cerramos los ojos y desde nuestra interioridad atisbamos sueños y horizontes, elaboramos planes y trazamos largas rutas, nos afanamos en el día a día y nada de esto será suficiente para nuestro sino: inexorablemente estamos marcados, tenemos fecha de caducidad; nos aguarda una derrota definitiva.

Comprender la derrota no significa en modo alguno esperar sentados el día y la hora, o echarnos en una cama a llorar de tristeza y amargura por la finitud de la vida, implica, en todo caso, vivir en profundidad, ver más allá del límite, echar a volar en las alas de nuestras inmensas fortalezas y hallar siempre un sentido y un norte, y es aquí en donde fallamos, en donde se nos va un tiempo precioso, y es así como desperdiciamos enormes oportunidades para alcanzar la plenitud y el gozo, a pesar del tan anunciado epílogo.

La derrota no es precisamente el final, como solemos pensar, es no poder hallar las líneas maestras de nuestra existencia, es perdernos por oscuros callejones y obviar la ruta central, es confundir las causas y las consecuencias y agotar los esfuerzos, es no poder articular desde nuestra inteligencia y emociones, todo aquello que le daría a nuestro paso por el planeta una lógica y una razón: una fuente de alegría permanente, una esperanza que no podrán desdibujar los más grises pensamientos y nuestro acendrado pesimismo; es salirle al paso a falsas promesas, a fatídicos augurios, a realidades paralelas que en nada nos fortalecen, haciéndonos esclavos de ideas, artimañas y estratagemas, que solo buscan timarnos desde la certeza del vacío y de la nada.

Comprender la derrota implica aprender viejas lecciones, abrir nuestros sentidos a una realidad pluridimensional como la nuestra, es estar contestes a que el tiempo es el ahora, pero sin perder de vista el pasado con sus lecciones, ni lo que podría acontecer en nuevos e hipotéticos escenarios, es aguardar desde la acción, es pensar sin detenerse en tontos e inútiles detalles, es poder vislumbrar realidades y actuar en consecuencia, es caminar sin dañar a los demás aunque tropieces muchas veces, es respetar las burbujas personales, es ir de la mano en la conquista de metas que jamás podrán ser unilaterales ni mezquinas, porque siempre requeriremos de la ayuda y del apoyo de los otros, ya que no hay empresa humana que no requiera de lo humano.

Sí, la vida es finita para cada uno de nosotros, pero es al mismo tiempo un extraordinario continuum, que nos impele a proseguir, a no claudicar ante el fracaso temporal, a no dejarnos llevar por las voces agoreras que siempre predicarán contra nuestros planes, a no bloquearnos ni fosilizarnos, a no encapsularnos en la terquedad y contra las evidencias, a no resignarnos a ser lo que no deseamos ser, a no dormirnos en los laureles, a no esperar a que llegue a nuestra puerta aquello que podría cambiar en positivo nuestra vida, sino salir a buscarlo con la frente en alto y con alegría, a no malgastar el tiempo en cosas inútiles y mediocres, a no dar amistad a quien no la desea, a no consumir lo que nos intoxica y envenena, a dejar pasar aquello que nos duele y nos golpea (porque sencillamente es transitorio), a no dejarnos amargar porque así lo deciden otros, a no bajar la cérvix cuando nos asiste la razón, a no claudicar en nuestros más preciados anhelos.

Comprender la derrota es abrir los ojos en medio de la oscuridad de la noche y otear el sendero, es dar rienda suelta a nuestra imaginación y fantasía, es aprender a ser como los niños, es no perder la inocencia ante las maravillas del mundo, es ver el todo y a los otros sin anteojeras y sin tantos prejuicios, es invertir cada segundo de la existencia en hechos tangibles e intangibles, es respirar hondo y oxigenar nuestro cuerpo, es respetar a la naturaleza en su agreste complejidad, es no maltratar a los animales compañeros de camino, es ser honestos y sencillos, es dejar atrás tantas ínfulas estúpidas y banales, es saberse parte y todo del universo, es poder conjuntar lo bueno y lo malo y sacar nuestras propias conclusiones.

Nada podrá salvarnos de la llegada al último puerto, el del viaje sin retorno, lo sabemos desde que tenemos uso de razón, y ello nos oscurece el alma, pero la verdadera derrota no es ésta, porque total: no depende de nosotros; la derrota es entregarse sin valor y sin gloria, es ver pasar la vida delante de nosotros mientras aguardamos a que llegue lo que nos hará felices, es hundirse en la melancolía sin salirle al paso con determinación y con coraje, es cerrar los ojos para no ver ni entender la dinámica que nos mueve, es no saber comprender que la vida es una experiencia única y fantástica, que nos modela, nos lleva de aquí a allá, hace de nosotros auténticos aprendices, nos golpea muchas veces y también nos levanta del suelo si así lo decidimos en este preciso momento, deja en nosotros múltiples sabores, gratos recuerdos y emociones, nos vapulea y nos consiente, nos recuerda y nos olvida, pero qué bueno es vivir, y así poder caminar por el mundo, aunque a veces nos toquen también empinadas cimas.

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