Algo que decir

Por: Ricardo Gil Otaiza

No es fácil ser columnista de la prensa, y es al mismo tiempo una inmensa responsabilidad. Ya perdí la cuenta de los años que llevo en el oficio (creo que van por treinta y cinco), pero siempre resulta un inmenso reto decidir qué se va a decir y cómo será la argumentación. Si bien es cierto, ya lo he expresado mil veces, que no tengo problemas con eso de la “página en blanco”, siempre habrá una tensión y una expectativa frente a la página. Es lógico que así sea.

No es lo mismo escribir literatura que ser escritor de la prensa. En el primer caso hay una libertad tremenda, que nos posibilita acercarnos a los temas como quien otea el horizonte para luego lanzarnos. En el segundo, hay una enorme responsabilidad con los lectores porque, querámoslo o no, forjamos opinión e incidimos en el contexto social, y eso no es cualquier cosa.

Procuro escribir en la prensa sin alejarme del lenguaje creativo, porque no veo incompatibilidad en ambas tareas. El artículo de opinión es, qué duda cabe, un micro ensayo y, por ende, forma parte también de ese estupendo género literario reinventado por el gran escritor francés Michel de Montaigne. En otras palabras: el texto de opinión busca generar matrices acerca de determinados hechos y circunstancias, pero también pretende la elegancia, la belleza, y que se articule el lenguaje como quien escribe un cuento o una novela, para que genere goce estético en el lector.

Opinar, ¿y de qué? Es la desconcertante pregunta que se hacen muchos cuando se plantean incursionar en este complejo oficio. Y comprendo la desazón. Se escribe para la prensa cuando tenemos algo que decir o comunicar, y ese algo deberá ser lo suficientemente universal para que acapare la atención de muchos públicos en disímiles contextos culturales.

A ver, puede ser un tema cotidiano, y hasta local, algo que acontece en una urbanización o en un barrio de una ciudad perdida en el mundo, pero quienes estamos en estas labores tenemos la obligación de proyectarlo, de sacarlo de lo atávico y raigal, para que sea un “algo” que les diga muchas cosas a personas diferentes. Llevando la idea al plano de lo literario, y guardando las distancias, es más o menos lo que hizo Gabriel García Márquez con su pueblo Aracataca. Al transformarlo en Macondo, con todo el tratamiento que esto conlleva, hizo de él una aldea global que le habla a todos los confines del planeta.

Nuestro tema por lo tanto no pretenderá ser del jet set, ni tampoco del extrarradio, pero sí que toque el nervio de esa mujer y de ese hombre que se acercan por múltiples razones a la página. Si bien es cierto que al tratarse de un texto de opinión tendrá por lo tanto mucho de nuestro pensamiento y de nuestra idiosincrasia, tendrá también qué conectar con el corazón y el cerebro de los otros. No porque sea mi opinión debo escribirlo con las vísceras llevándome el mundo por delante, porque eso trae, como cabe suponerse, un rechazo inmediato. ¿Y qué se cree este tipo?

Cuando tenemos algo que decir, articulamos los hilos sutiles del lenguaje, para poner las palabras a volar en la mente de quienes las reciben, y que a la final haya una reacción. Esta reacción podrá ser de múltiples maneras, bien a favor o en contra de lo expresado, pero siempre habrá un algo que los lleve a reflexionar. El texto por lo tanto no deberá dejar indiferente al lector, quien es, a fin de cuentas, el fin último de nuestro empeño y preocupación.

Muchas veces me he sentido como Juan el Bautista, predicando en el desierto, sin interlocutores a mis textos, pero la realidad me ha hecho ver que es una falsa percepción. Puede que no consiga respuesta inmediata, y que note un silencio estremecedor por doquier, pero siempre habrá alguien que desde las antípodas de mi vida, decodifique el mensaje y eche a volar su vida y su entorno sobre las alas de mi pensamiento.

A veces he sido sorprendido al recibir mensajes de personas acerca de mis artículos de meses atrás, y hasta de años, y en otras circunstancias cuando he dicho en este medio que tengo la sensación de que nadie me lee, y que estoy perdiendo mi tiempo, como respuesta he recibido gratificantes mensajes de apoyo y de adhesión hasta de connotados personajes, a quienes siempre he admirado en silencio. Ergo, ¡sí me han leído!

Que no recibas realimentación inmediata, no implica que haya indiferencia total por parte de los lectores. La velocidad del mundo que vivimos nos lleva a querer todo ¡ya!, pero a veces la cuestión no es tan maquinal como pensamos, y hay gente que decanta la escritura y en alguna oportunidad te lo hace saber emocionada en la calle, o en el sitio menos pensado, en tus redes, en tu correo, y hasta con una inesperada llamada telefónica. He ganado muchos amigos con la escritura. Claro, debo ser honesto, también un montón de detractores.

Tener algo por decir es la clave en la escritura de opinión (y en el oficio de la escritura). Y que ese algo se diga con mucha dignidad y altura. Asentir y disentir son las dos caras de una moneda. Y en este exigente oficio, que requiere de ti horas y horas durante todo el año, ambas no implican algo taxativo. A veces la gente disiente de lo que expresas, pero le agrada la manera cómo lo has hecho. Lo ideal es, por supuesto, que tanto la forma como el fondo lleguen a un equilibrio, pero a veces “perdiendo también se gana”, decimos en las ciencias gerenciales.